¿Encargamos el ataúd?

Esa es la pregunta que se hacen los aficionados del Real zaragoza en estos momentos dado que el partido de mañana es absolutamente trascendental.

Ganar no sirve de demasiado, pero perder o empatar implica que el ataúd esté encargado, y que los futbolistas de la plantilla queden con su profesionalidad y categoría muy en entredicho.

Las claves que no habrá en el partido de mañana son Diego Milito, lesionado en el tobillo durante un entrenamiento el pasado martes; y Matuzalem, sancionado por su expulsión el pasado sábado. Dos piezas claves en el funcionamiento del equipo que nos faltarán en el partido más importante desde el último descenso.

Sergio García y Oliveira son los grandes "beneficiados" por esta situación, ya que compartirán dupla en la delantera, y sin duda tendrán un papel protagonista. La forma de jugar de ambos parece no sólo compatible, sino explosiva.

La defensa parece asentada con Zapater, Ayala, Sergio Fernández y Paredes, y no creo que Manolo Villanova vaya a experimentar en ese aspecto.

Pero el desequilibrio, la causa de mi mayor desconfianza está en el centro del campo, donde no tenemos continuidad, ni calidad, ni velocidad... Parece que Aimar será titular después de bastante tiempo, y tendrá los galones. Sus acompañantes no están muy claros, aunque por lo visto en los equipos de Manolo, no sería descabellado apostar por Gabi en la derecha, Óscar en la izquierda y Celades o Luccin acompañanado a Pablito.

El rival viene fuerte, tras dar una gran impresión frente al F.C. Barcelona. Sin duda se juegan la temporada como nosotros, pero en positivo: ganar o empatar les supondría la salvación moral. En ese sentido su entrenador lo ha dejado claro a lo largo de esta semana: la presión es para Zaragoza.

La afición es el gran aliado de este equipo y, diantres, si otra vez con un estadio lleno, los futbolistas no son leones luchando, sería para asegurar que no sienten la camiseta que llevan, que sólo son unos mercenarios.

Veamos en qué queda esta gran final: Sábado, 20 h. Estadio municipal de la Romareda.

La suerte está echada